Cuando hablamos de factores de Salud, es decir, de aquellas cosas que, si cuidamos, nos permiten mejorar nuestra Salud, quizá las dos primeras que nos vienen a la cabeza son la alimentación y el ejercicio. Al menos, a mí me ocurre así.
Sin embargo, estos no son ni mucho menos los únicos factores que influyen en nuestra Salud. El descanso adecuado, la gestión de nuestras emociones o la calidad del aire y el agua, suelen ser los siguientes aspectos que solemos considerar. No obstante, hay un factor del que se habla menos y que, sin embargo, tiene una importancia fundamental: el contacto con la Naturaleza.
Esta idea ha estado presente de forma intuitiva en muchas tradiciones antiguas y en diferentes culturas a lo largo de la historia. Como ocurre con frecuencia, hoy en día la ciencia está empezando a encontrar las explicaciones y los mecanismos que avalan algo que ya se sabía por experiencia: el contacto con la Naturaleza tiene un impacto profundo y real sobre nuestro organismo.
Los árboles son capaces de realizar procesos asombrosos que hasta hace relativamente poco desconocíamos. Por ejemplo, pueden comunicarse entre ellos y compartir recursos. Cuando un árbol está debilitado o no consigue acceder a suficientes nutrientes, otros árboles cercanos pueden ayudarle. Esto es posible gracias a la red subterránea de micorrizas, una compleja interconexión entre raíces y hongos que permite el intercambio de agua, minerales y compuestos orgánicos.
Pero los árboles no solo se relacionan entre sí. Cada vez con mayor claridad sabemos que también interactúan con los seres humanos, y que esta interacción tiene efectos reales y medibles sobre nuestro organismo. Cuando nos encontramos en un entorno natural rodeados de árboles, nuestro cuerpo puede entrar en un proceso de regulación profunda, especialmente a nivel del sistema nervioso, endocrino e inmunitario.
Durante mucho tiempo, estos efectos se explicaron desde el punto de vista puramente energético. La medicina vibracional plantea una de sintonización entre el organismo humano y el entorno natural, similar a lo que ocurre con dos diapasones. Hoy la ciencia biomédica aporta datos objetivos: la inmersión en ambientes forestales se asocia a cambios fisiológicos cuantificables, medibles mediante marcadores biológicos, que confirman un impacto directo sobre nuestra Salud. A partir de esta evidencia surge el concepto de baño de naturaleza o baño de bosque.

Los estudios realizados en las últimas décadas, especialmente en Japón en el contexto del shinrin-yoku o baño de bosque, han permitido identificar algunos de los principales mediadores implicados en estos efectos. Se observa una reducción del cortisol, principal hormona del estrés, junto con un descenso de la frecuencia cardíaca y de la tensión arterial, lo que indica una activación del sistema nervioso parasimpático, responsable de los procesos de cura y reparación. En el sistema inmunitario, destaca el aumento de la actividad de las células NK (natural killer), implicadas en la vigilancia frente a infecciones y células tumorales.
Uno de los mecanismos que ayuda a explicar estos efectos es la exposición a las fitoncidas, sustancias volátiles que los árboles liberan como parte de su sistema de defensa frente agentes agresores. Si estamos en un bosque, los seres humanos inhalamos estas moléculas, que se han relacionado con la reducción sostenida del estrés, la modulación de la inflamación y la mejora de la función inmunitaria.
Este conjunto de evidencias ha dado lugar al desarrollo de la llamada medicina forestal (forest medicine), una disciplina que estudia los efectos terapéuticos del entorno forestal sobre la Salud humana. Dentro de este enfoque, el baño de bosque no se entiende como un simple paseo, sino como una inmersión consciente y prolongada en un entorno cuidadosamente seleccionado. ¿Imaginas ir a tu médico y que en lugar de Trankimazin te recetase un baño de bosque? En Japón sí lo hacen.
Hace dos años escuché en una charla en Plum Village (monasterio budista en Francia), que esta interacción entre los árboles y los humanos es algo conocido desde hace mucho tiempo. Incluso puede haber una relación con el hecho de que Siddhartha Buddha alcanzase la iluminación debajo de un árbol.
Lo que ocurre habitualmente es que los humanos no dedicamos suficiente tiempo a estar realmente en presencia junto a un árbol. El ritmo al que el árbol “nos habla”, o intenta comunicarse con nosotros, es mucho más lento que el nuestro. Tan lento que, antes de que podamos percibir su señal, ya nos hemos ido a otro árbol, a otra actividad, a otro lugar.
P or eso, cuando estamos en entornos naturales, no basta con pasar por ellos: es necesario cultivar la presencia. Permanecer, detenernos, permitir que nuestro sistema nervioso reduzca su velocidad y entre en resonancia con el entorno. Sólo entonces se activan muchos de los efectos beneficiosos de esta interacción.

Otra manera de fortalecer nuestro vínculo con la naturaleza y cuidar nuestra Salud es el acto de plantar árboles. Este gesto tiene múltiples beneficios, algunos de ellos sorprendentemente “egoístas”, en el mejor sentido de la palabra.
Según la medicina china, los seres humanos necesitamos tres grandes tipos de nutrición:
– la nutrición emocional (nivel humano)
– el oxígeno (nivel celeste)
– y los alimentos (nivel terrestre)
Los árboles, o de manera más correcta el reino vegetal, nos proporciona directamente dos de estos tres elementos: oxígeno y alimento. Tanto si somos vegetarianos como carnívoros, nuestra alimentación depende en última instancia del mundo vegetal. Incluso cuando comemos animales, estos se han nutrido previamente de plantas.
Sin el reino vegetal, careceríamos de dos nutrientes absolutamente imprescindibles para la vida. Y quizá, al cuidar nuestro entorno, al plantar árboles o adoptar una planta, estamos también cultivando ese tercer nivel de nutrición que nos caracteriza como humanos: el cultivo consciente de nuestras emociones.
Recuperar el contacto con la Naturaleza es una de las formas más simples de autocuidado. No tiene efectos secundarios y no requiere tecnología ni grandes recursos, solo tiempo, presencia y disposición. Si este vínculo, este amor a los árboles se transmite a nuestr@s hij@s y se materializa en gestos concretos como plantar árboles o cuidar los ya existentes, el beneficio deja de ser únicamente personal y se convierte en un legado de Salud para quienes vendrán. Pocas inversiones ofrecen unos beneficios tan amplios y duraderos.
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